top of page

APEGO SEGURO VS. COLECHO

Dado el incremento de discusiones acerca del colecho y la teoría del apego que he observado, sumado a que esta práctica se ha puesto de moda en los últimos años, me veo en la necesidad de pensar y re pensar sobre este tema.

Antes de comenzar a dilucidar si el colecho es beneficioso para los niños, es importante definir lo que se entiende por colecho. Colecho entendido como una práctica, sostenida en el tiempo, donde el bebé o niño duerme en la cama de sus padres, con el argumento de que él decidirá el momento en el que comience a dormir solo. El hecho de que los niños duerman o se pasen a la cama de sus padres no es nuevo. Es algo que ha sucedido siempre. La pregunta que deviene es por qué, actualmente, esta práctica se defiende sosteniendo que tiene beneficios para el bebé. Se dice que favorece el establecimiento de un vínculo positivo entre la madre y el bebé, que brinda seguridad y confianza, que favorece el apego y la lactancia.

Parece que se está confundiendo el “apego seguro” del que habla Bowlby en la Teoría del Apego, con estar pegados, cuerpo a cuerpo con el bebé, como si eso fuera lo que da seguridad. Claro está, y eso no está en discusión, que el bebé, cuando nace, necesita del contacto piel con piel para sobrevivir, sentir el olor de su madre (madre entendida como alguien que cumpla la función de figura primordial), necesita el “sostén” del que habla Winnicott, pero no nos olvidemos que lo que nos diferencia de otros mamíferos es el lenguaje. Por lo que sostener que el colecho es sinónimo de un apego seguro es un concepto erróneo, ya que hace falta “empapar de lenguaje al cachorro humano” para que devenga un sujeto.

Lo que beneficia el vínculo entre el bebé y su madre es la posibilidad de intercambio entre ellos, es la empatía, el poder escuchar y responder a las demandas del bebé, es la mirada y el lenguaje.

En la Teoría del Apego se habla de la sensibilidad maternal, respecto de los cuidados maternales que contribuyen a la seguridad de apego, y dentro de los que se incluyen la tolerancia a la ansiedad, la estimulación adecuada y moderada, la sincronía, calidez, la receptividad. Por otro lado es necesario mantener un equilibrio entre cercanía y distancia con la figura de apego y eso hace a la seguridad y confianza que muestre luego el bebé. De hecho un bebé o niño con el que se haya establecido un apego seguro es aquel que logra separarse de la madre o figura primordial con la seguridad y confianza de volver a encontrarse con ella y cuya presencia lo conforta.

Winnicott habla de una madre “suficientemente buena”, que esté a disposición de las necesidades de su bebé. Pero a medida que los bebés crecen van cambiando sus necesidades. Un bebé recién nacido necesita de un mayor contacto cuerpo a cuerpo, ser acunado, ser tenido en brazos, pero por qué confundir esa cercanía con compartir la cama… Por otro lado un bebé de 3 o 4 meses debe conocer el mundo que lo rodea, debe comenzar a mover su cuerpo, a los 6 o 7 comienzan a explorar, a gatear, a buscar objetos, a separarse. Y para poder lograrlo necesita de una madre que lo permita, que lo bañe de lenguaje de todo aquello que el bebé va descubriendo. Los bebés necesitan de los adultos para sentirse seguros y confiados, para crecer sanos y autónomos, para lograr esa capacidad de “estar solos en compañía”. Pero eso no se logra compartiendo la cama. El bebé busca a sus figuras de apego porque con ellas se siente seguro. De hecho las figuras de apego son conceptualizadas como una base de seguridad a partir de la cual se explora. Y son esas figuras, el vínculo con esas figuras, lo que determina que un bebé tenga la confianza para separarse y explorar, sintiendo esa seguridad del reencuentro.

Tampoco parece quedar claro por qué se dice que el colecho favorece la lactancia… ¿No será que lo que favorece es la comodidad de una madre, que cansada de levantarse 3, 4 o más veces por noche elige la comodidad de tener al bebé a su lado? Y no me refiero al hecho de que una madre se quede dormida con su bebé a upa mientras lo amamanta en la noche, hecho casi inevitable y que todas las madres hemos experimentado más de una vez.

Porque, y vuelvo a insistir, una cosa es hablar de un bebé recién nacido y otra muy distinta es un bebé a los 6 u 8 meses. Y me pregunto por qué sostener que el colecho como práctica sostenida en el tiempo favorece la lactancia. Porque la lactancia no depende de que el bebé esté pegado a su madre en todo momento, sino del encuentro entre esa mamá y ese bebé particular. La mirada y el lenguaje durante ese momento íntimo de encuentro. Encuentro, y a su vez, la posibilidad de espera que se va gestando entre toma y toma; precisamente porque una mamá no se encuentra pegada a su bebé. Espacio de espera necesario, en el que aparece la palabra, un cariño, un gesto, fundamental para el desarrollo psíquico del bebé.

Luego nos encontramos con el argumento de que son los niños los que deciden cuándo dejar la cama de los padres. Y yo me pregunto… qué significa que un niño de 2, 3 (y hasta 6 o7) años tenga que decidir. Los niños saben lo que quieren pero no saben lo que necesitan. ¿O acaso los vamos a dejar decidir si van o no al jardín o al colegio, si toman o no un medicamento? ¿Y por qué los dejaríamos decidir si duermen o no en la cama de los padres entonces? ¿No es la función del adulto ir guiando a nuestros hijos para el advenimiento de un sujeto seguro, autónomo, en otras palabras, feliz? Entonces, ¿por qué pedirle a un niño que decida si quiere o no dormir con sus padres, cuando aún no está psíquicamente preparado para tomar ese tipo de decisiones?

Analía Emmerich, al respecto de la práctica del colecho dice: “Desde mi mirada, encuentro posible incluir el hábito del colecho en el orden de las postergaciones de cortes evolutivos que los padres deben instalar en la primera infancia. Desde la teta a la mamadera, el pañal y el chupete, el niño atraviesa instancias donde son los padres los primeros agentes que deben promover una pérdida.”

Creo que eso es justamente lo que nos estamos olvidando. Que la función del adulto es educar, y educar implica necesariamente hacer cortes, cortes necesarios para el sano desarrollo de los niños.

Sin olvidar, por otro lado, las consecuencias del colecho para el desarrollo psicosexual de los niños, y las etapas que se encuentran atravesando mientras comparten la cama con los adultos, de por sí sexuados. Por lo que los exponemos a tener experiencias placenteras que no les corresponden, con el concominante sentimiento de culpa que esto genera en ellos.

Francoise Dolto responde a esta pregunta: "En efecto, es preferible que un niño durante la noche no esté mezclado en la intimidad o en el sueño de los padres. Si es imposible hay que evitar que el niño vaya al lecho de los padres.”

Por otra parte agrega respecto de la etapa del complejo de Edipo (a partir de los 3 años): “es muy malo que, con la excusa de que el padre está ausente, la madre deje ocupar al hijo su lugar; éste en su imaginario, se atribuye el derecho de creerse el marido de la madre. Y peor aún es cuando se trata de la cama, sencillamente porque la madre quiere estar calentita: ¿por qué no, puesto que mi marido no está, que me haga compañía mi hijo? Esto sería muy perjudicial para los niños.” (…) “El niño que vive el complejo de Edipo sufre y merece compasión. Tiene necesidad del amor casto de sus padres (…) Los padres deben abstenerse de pincharlo para hacerlo rabiar y también de censurarlo; deben abstenerse asimismo de dirigirle palabras amorosas equívocas, de brindarles intimidades ambiguas encubiertas por mimos incendiarios, de entablar luchas de rivalidad aparentemente lúdicas en las que el niño puede todavía abrigar la esperanza de triunfar en su deseo incestuoso. Todas estas cosas no harían sino retrasar el desarrollo psicosexual del niño.”

Distinto sería, que por alguna situación puntual (enfermedad por ejemplo) esporádicamente, los padres decidan que el niño permanezca un tiempo en la cama hasta que logre conciliar el sueño, o se sienta mejor. Son momentos ocasionales, dados por situaciones puntuales, que también se le explican al niño o al bebé. También puede ocurrir que los niños a la mañana, busquen ir a la cama de los padres, tiempo durante el cual los padres podríamos aprovechar para conversar, jugar, y pasar un tiempo en familia, siempre acompañando los juegos con la palabra.

Lo que en todo caso me preocupa es que se sostenga el colecho como práctica, y además se le atribuyan beneficios, más allá de esas primeras semanas o meses, donde no está en discusión que los padres prefieran tener al bebé cerca y el bebé así lo necesite. Beneficios que son en función de la comodidad de los padres y no tanto para el bebé mismo. Porque el vínculo de apego seguro del que se habla en la teoría del apego no se da durmiendo en la misma cama. Se da en el encuentro entre las figuras primordiales y ese bebé, encuentro basado en primer lugar en el lenguaje y la mirada, mucho más que en los cuidados higiénicos y físicos. Pasado ese tiempo, esas primeras semanas en las que el bebé y la madre son uno, es fundante que el bebé comience a experimentar la ausencia de su madre/teta, ausencia sostenida por ejemplo con una palabra, un gesto, un canto, y que le va a dar la posibilidad de iniciarse en el desplazamiento y en el lenguaje.


Francoise Doltó dice: “Hay que hablar la ternura, pero no sólo es necesario el cuerpo a cuerpo sin palabras. Y esto es lo que yo digo. Los padres cubren a sus hijos de besos, creen que el amor es eso. Pero no, el amor se muestra también por otros gestos que devorar a su hijo a besos. Un niño ha hecho una tontería y va a mimar a su madre para hacerse perdonar: esto es estúpido, no es educación. El padre o la madre que dan una paliza y, cuando el niño llora, van a mimarlo y abrazarlo: es la vida de los cachorros humanos pero no tiene nada que ver con la educación. La educación SE HABLA: porqué al adulto le inquieta que el niño haya hecho algo. Es la inquietud en la dirección de la vida, es la preocupación afectuosa por su hijo, no es golpearle ni acariciarle. Algunas veces forma parte del intercambio entre padres e hijos, pero eso no es educación.”

Si bien es cierto que cada familia es diferente, y que hay diversas opiniones respecto de las formas de criar a los hijos, también es cierto que cada cosa que hacemos tiene efectos en los niños, buenos y no tan buenos, y que lo interesante es conocer esos efectos y tomar decisiones responsables sabiendo a qué nos atenemos. Sobre todo teniendo en cuenta para qué uno decide tener hijos. Porque desde el amor, y siempre desde el amor, lo que cualquier madre y padre quiere es que su hijo sea autónomo, responsable, con seguridad y confianza, pero sobre todo feliz. Porque como dice una carta de una madre, dirigida a Francoise Dolto: “Es bien cierto que un hijo cambia radicalmente una vida; transforma a los seres y les hace dar lo mejor de sí mismos. Ser padre no es algo innato, sino algo que se aprende.”

Etiquetas:

Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
bottom of page